jueves, 9 de abril de 2015

Del cielo al infierno en un suspiro

Hoy se cumplen dos años de aquella fatídica noche en Dortmund, dos años de esa noche en la que un mafioso gabacho no permitió que miles de malaguistas continuaran soñando con acento europeo, dos años de esa noche en la que Craig Thomson y sus amigos miraron hacia otro lado, haciendo trizas las ilusiones de toda una ciudad.

Cuando un servidor ya no tenía la más mínima esperanza de poder asistir a dicho partido, se obró el milagro; me tocaron dos entradas para poder ver in situ ese encuentro que a la postre se tornaría en pesadilla. Tras no ser agraciado en el primer sorteo de entradas, las sobrantes pasaron al siguiente cupo de socios apuntados en el sorteo; de nuevo sobraron, y ahora sí, en tercera instancia me tocó; no me lo podía ni creer. Cuando me llegó el email del club diciendo que podía recoger las entradas, me temblaba el cuerpo entero, recuerdo que fue después de almorzar y el nerviosismo consiguió que traicionase uno de mis sacramentos más practicados, la bendita siesta.



De bulla y corriendo y en tan sólo una tarde, organizamos el viaje hacia Westfalia. Ya que vamos, hacemos un poco de turismo y conocemos el país teutón. Jamás se irá de mis retinas la grandiosidad de la catedral de Colonia, o el colorido de la catedral de Aquisgrán, donde el ínclito Carlomagno fuese coronado como Emperador de Occidente.



Y para allá que nos fuimos mi tío y yo con las maletas cargadas de ilusión. Nada más llegar al aeropuerto de Málaga, nos esperaba un periodista de ‘Telecirco’, que al vernos ataviados con nuestros santos colores (blanco y azul) nos preguntó sobre lo que esperábamos que iba a pasar en el encuentro. Mi tío fue el primero en responder, y lo hizo con un conservador: ¡A ver si podemos rascar un empate a goles! Luego me tocó a mí, y el orgullo boquerón se apoderó de mi lengua y respondí: ¡De empate nada, hoy a ganar. Nos los comemos! Pobre de mí, y de los malaguistas, el destino nos tenía reservado un caramelo muy amargo.

Y llegamos a Dortmund. Al aterrizar cogimos un taxi junto con otros valientes malaguistas. Dentro, ni el taxista hablaba inglés, ni nosotros hablábamos ni papa de alemán. Después de un instante de indecisión, yo que algo del idioma y del recorrido me había mirado, me armé de valor y le dije al taxista: To the Hauptbahnhof, please (a la estación principal, por favor).

Llegamos a la estación, guardamos el equipaje en una taquilla y nos fuimos al centro a (a 4 minutos a pie). Al llegar a la plaza, punto de reunión de la expedición blanquiazul, la euforia se palpaba en el ambiente. Aquello parecía un trocito calle Larios, no paraba de saludar a amigos que al igual que yo, se atrevieron a pegarse el viaje.

Llegó la hora de ir al estadio. Al bajarnos del metro que nos dejaba en sus cercanías, giré la cabeza y lo vi. Monumental como pocos, el Signal Iduna Park, o Westfalenstadion como me gusta más llamarlo, rompía el horizonte con su colosal silueta. Estuvimos paseando por los aledaños al estadio, y sorprendiéndonos por lo bien montado que está aquello, con zonas acondicionadas para comer y beber algo, y multitud de puestos ambulantes que vendían además de comida, merchandising del Borussia. Entré en la tienda oficial del club, y decidí que como sólo se vive una vez, me compraría la camiseta del equipo alemán, y así lo hice.



Por fin tocaba entrar en el estadio. Justo a la entrada, un guarda jurado me cacheó la mochila y me dijo con tono de broma: Terrorist? A lo que respondí: No, no terrorist. I love peace. Al llegar al final de la bocana de acceso y ver las gradas de ese templo del fútbol, el síndrome de Stendhal de adueñó de mí. ¡Que maravilla! De estas cosas que no pueden describirse con palabras, ni si quiera con imágenes. Hay que ir a verlo.



Antes de comenzar, me hice fotos allí junto con algunos amigos que nos encontramos dentro. Y fue entonces cuando nuestros campeones (porque son y serán nuestros campeones a pesar de como acabó todo) salieron al césped a calentar, y fueron recibidos por una ovación por nuestra parte, como no podía ser de otra manera.

Salen los dos equipos al terreno de juego, y suena por megafonía ese himno que eriza la piel a todo futbolero (el himno de la Champions League); y en frente mía, la grada local despliega un enorme tifo como jamás había visto en mi vida, y de nuevo el síndrome de Stendhal resurge. Ese escalofrío nervioso no lo he vuelto a sentir jamás.



Y comienza el partido tras el pitido inicial del pérfido trencilla escocés Craig Thomson (no me cansaré de maldecir su nombre). Desde el inicio se vio a un Málaga bien plantado e ilusionado por seguir haciendo historia. De repente, la coge Joaquín al borde del área (me pillaba de lejos en la portería contraria) hace un recorte con la derecha digno de ponerle un chalet en la playa, y la pone con la zurda en la cepa del poste; imposible para Weidenfeller (meta del equipo local). Un auténtico apoteosis recorre la grada malaguista. Jamás viví nada igual. Por mi cabeza se pasaba la idea de: Uy, que podemos, pero de verdad que podemos.



Continúa el partido, el Borussia se lanza al ataque; los alemanes avanzan, y de repente uno de ellos (quiero recordar que era Reus) se inventa un taconazo sublime que recibe el tanque polaco Lewandowski, quien se zafa de nuestro santo arquero, Willy Caballero, y empata el encuentro poniendo el 1-1 en el marcador.

Llega el descanso, y nos seguimos viendo con posibilidades de hacer la machada. De repente, me llama mi tío y me dice: Ven p’acá. Cuando llego, me pide que le haga de traductor con un niño alemán y su padre con quien quería comentar el partido (ya ves tú, me lo pide a mí que de idiomas ando más corto que Platini de decencia). A duras penas mantuvimos una breve conversación, y nos despedimos para continuar viendo el segundo tiempo.

Prosigue el encuentro. Un Málaga nada dubitativo, sorprendente por su falta de experiencia en estas lides, continúa firme y seguro en el terreno de juego. Con forme avanzaba el tiempo de juego, mi corazón palpitaba cada vez más deprisa, y de repente, una obra de arte sucede en el campo, una jugada de tiralíneas que Eliseu acaba empujando al fondo de las mallas. 1-2 a falta de apenas 5 minutos, esto ya es nuestro. Joe, ni me lo creo. Que vamos a jugar una semifinal de Champions, nos comemos al que sea, y si es al Madrid mejor que mejor. En ese momento, el niño alemán con el que hablamos en el descanso, se marchó cabizbajo junto a su padre camino supongo de su casa. Pagaría por haberle visto la cara cuando se enteró del final del partido.



La grada visitante era una fiesta. Me abracé a unos amigos que hice allí durante el partido a los que no conocía de nada hasta ese momento. La ilusión brotaba por los poros de la piel a más no poder, mientras que la cabeza me decía: ¡Coño, te lo mereces! Tantos años de fidelidad deben tener un premio así al menos una vez en la vida.

Llegamos al descuento del partido cuando en una jugada embarullada, el Borussia hace el empate a 2-2. El murmullo ronda nuestra zona. ¡Hay  que aguantar carajo! ¡Málaga, Málaga, Málaga!

El equipo debía tirar de madurez, y actuar como aquí se dice, como perro viejo. Pero no fue así, y cuando el partido ya expiraba, los jueces de línea hacen la vista gorda, obvian a 4, no uno ni dos, a 4 alemanes en fuera de juego, y en una jugada aún más embarullada que en la del segundo gol, el defensa Felipe Santana (a quien tampoco olvidaré jamás) hace el tercero.



Cuando estaba hecho, cuando lo tocábamos con las yemas de los dedos, las ilusiones de toda a una afición y de toda una ciudad, se rompieron de la manera más cruel que se me ocurre. En el momento, pasaron por mi cabeza decenas de momentos que viví en La Rosaleda desde que era un “chavea” y mi tío me llevaba a ver los partidos de aquel Malagueño de los Basti, Bravo y compañía en tercera división, hasta aquel último partido de temporada anterior contra el Sporting que nos clasificaba para la previa de Champions.



Y sin más, brotó de mis ojos la primera y única lágrima que he derramado por el fútbol. Pero si lo pienso bien, no es sólo fútbol, no es sólo un deporte; es toda una vida ligada a unos colores, a un estadio; es una tradición, es un cúmulo de recuerdos buenos y malos, pero que son los míos. Cuando comencé a ir a La Rosaleda con apenas 3 años, jamás se me pasó por la cabeza ni tan si quiera jugar contra el Barça ni el Madrid en primera, mucho menos oír el himno de la Champions en directo. 

Es el mas antiguo que he encontrado, pero ahí ya llevaba un par de años o tres yendo a La Rosaleda religiosamente

Lo tuvimos a nuestro alcance, pero no podían permitir que un club novato llegase tan lejos. Ole por nuestros héroes que pasearon nuestra camiseta por toda Europa, y por esas huestes blanquiazules que tan dignamente animaron a su equipo, esa y tantas noches de gloria, de esa efímera gloria que tan bien me supo.

Nuestros héroes

A día de hoy, pasados ya dos años, aún no he sido capaz de ver el resumen del partido. Ojalá la historia nos devuelva lo que un día nos arrebataron.

En primera, en Champions, o en tercera, ¡Viva el Málaga!