Hoy se cumplen dos años
de aquella fatídica noche en Dortmund, dos años de esa noche en la que un
mafioso gabacho no permitió que miles de malaguistas continuaran soñando con
acento europeo, dos años de esa noche en la que Craig Thomson y sus amigos miraron
hacia otro lado, haciendo trizas las ilusiones de toda una ciudad.
Cuando un servidor ya
no tenía la más mínima esperanza de poder asistir a dicho partido, se obró el
milagro; me tocaron dos entradas para poder ver in situ ese encuentro que a la
postre se tornaría en pesadilla. Tras no ser agraciado en el primer sorteo de
entradas, las sobrantes pasaron al siguiente cupo de socios apuntados en el
sorteo; de nuevo sobraron, y ahora sí, en tercera instancia me tocó; no me lo
podía ni creer. Cuando me llegó el email del club diciendo que podía recoger
las entradas, me temblaba el cuerpo entero, recuerdo que fue después de
almorzar y el nerviosismo consiguió que traicionase uno de mis sacramentos más
practicados, la bendita siesta.
De bulla y corriendo y
en tan sólo una tarde, organizamos el viaje hacia Westfalia. Ya que vamos,
hacemos un poco de turismo y conocemos el país teutón. Jamás se irá de mis
retinas la grandiosidad de la catedral de Colonia, o el colorido de la catedral
de Aquisgrán, donde el ínclito Carlomagno fuese coronado como Emperador de
Occidente.
Y para allá que nos
fuimos mi tío y yo con las maletas cargadas de ilusión. Nada más llegar al
aeropuerto de Málaga, nos esperaba un periodista de ‘Telecirco’, que al vernos
ataviados con nuestros santos colores (blanco y azul) nos preguntó sobre lo que
esperábamos que iba a pasar en el encuentro. Mi tío fue el primero en
responder, y lo hizo con un conservador: ¡A ver si podemos rascar un empate a
goles! Luego me tocó a mí, y el orgullo boquerón se apoderó de mi lengua y
respondí: ¡De empate nada, hoy a ganar. Nos los comemos! Pobre de mí, y de los
malaguistas, el destino nos tenía reservado un caramelo muy amargo.
Y llegamos a Dortmund.
Al aterrizar cogimos un taxi junto con otros valientes malaguistas. Dentro, ni
el taxista hablaba inglés, ni nosotros hablábamos ni papa de alemán. Después de
un instante de indecisión, yo que algo del idioma y del recorrido me había
mirado, me armé de valor y le dije al taxista: To the Hauptbahnhof, please (a la estación
principal, por favor).
Llegamos a la estación, guardamos
el equipaje en una taquilla y nos fuimos al centro a (a 4 minutos a pie). Al
llegar a la plaza, punto de reunión de la expedición blanquiazul, la euforia se
palpaba en el ambiente. Aquello parecía un trocito calle Larios, no paraba de
saludar a amigos que al igual que yo, se atrevieron a pegarse el viaje.
Llegó la hora de ir al estadio. Al
bajarnos del metro que nos dejaba en sus cercanías, giré la cabeza y lo vi.
Monumental como pocos, el Signal Iduna Park, o Westfalenstadion como me gusta
más llamarlo, rompía el horizonte con su colosal silueta. Estuvimos paseando
por los aledaños al estadio, y sorprendiéndonos por lo bien montado que está
aquello, con zonas acondicionadas para comer y beber algo, y multitud de
puestos ambulantes que vendían además de comida, merchandising del Borussia.
Entré en la tienda oficial del club, y decidí que como sólo se vive una vez, me
compraría la camiseta del equipo alemán, y así lo hice.
Por fin tocaba entrar
en el estadio. Justo a la entrada, un guarda jurado me cacheó la mochila y me
dijo con tono de broma: Terrorist? A lo que respondí: No, no terrorist. I love
peace. Al llegar al final de la bocana de acceso y ver las gradas de ese templo
del fútbol, el síndrome de Stendhal de adueñó de mí. ¡Que maravilla! De estas
cosas que no pueden describirse con palabras, ni si quiera con imágenes. Hay
que ir a verlo.
Antes de comenzar, me
hice fotos allí junto con algunos amigos que nos encontramos dentro. Y fue
entonces cuando nuestros campeones (porque son y serán nuestros campeones a
pesar de como acabó todo) salieron al césped a calentar, y fueron recibidos por
una ovación por nuestra parte, como no podía ser de otra manera.
Salen los dos equipos
al terreno de juego, y suena por megafonía ese himno que eriza la piel a todo
futbolero (el himno de la Champions League); y en frente mía, la grada local
despliega un enorme tifo como jamás había visto en mi vida, y de nuevo el
síndrome de Stendhal resurge. Ese escalofrío nervioso no lo he vuelto a sentir
jamás.
Y comienza el partido
tras el pitido inicial del pérfido trencilla escocés Craig Thomson (no me
cansaré de maldecir su nombre). Desde el inicio se vio a un Málaga bien
plantado e ilusionado por seguir haciendo historia. De repente, la coge Joaquín
al borde del área (me pillaba de lejos en la portería contraria) hace un
recorte con la derecha digno de ponerle un chalet en la playa, y la pone con la
zurda en la cepa del poste; imposible para Weidenfeller (meta del equipo
local). Un auténtico apoteosis recorre la grada malaguista. Jamás viví nada
igual. Por mi cabeza se pasaba la idea de: Uy, que podemos, pero de verdad que
podemos.
Continúa el partido, el
Borussia se lanza al ataque; los alemanes avanzan, y de repente uno de ellos
(quiero recordar que era Reus) se inventa un taconazo sublime que recibe el
tanque polaco Lewandowski, quien se zafa de nuestro santo arquero, Willy
Caballero, y empata el encuentro poniendo el 1-1 en el marcador.
Llega el descanso, y
nos seguimos viendo con posibilidades de hacer la machada. De repente, me llama
mi tío y me dice: Ven p’acá. Cuando llego, me pide que le haga de traductor con
un niño alemán y su padre con quien quería comentar el partido (ya ves tú, me
lo pide a mí que de idiomas ando más corto que Platini de decencia). A duras
penas mantuvimos una breve conversación, y nos despedimos para continuar viendo
el segundo tiempo.
Prosigue el encuentro.
Un Málaga nada dubitativo, sorprendente por su falta de experiencia en estas
lides, continúa firme y seguro en el terreno de juego. Con forme avanzaba el
tiempo de juego, mi corazón palpitaba cada vez más deprisa, y de repente, una
obra de arte sucede en el campo, una jugada de tiralíneas que Eliseu acaba
empujando al fondo de las mallas. 1-2 a falta de apenas 5 minutos, esto ya es
nuestro. Joe, ni me lo creo. Que vamos a jugar una semifinal de Champions, nos
comemos al que sea, y si es al Madrid mejor que mejor. En ese momento, el niño
alemán con el que hablamos en el descanso, se marchó cabizbajo junto a su padre
camino supongo de su casa. Pagaría por haberle visto la cara cuando se enteró
del final del partido.
La grada visitante era
una fiesta. Me abracé a unos amigos que hice allí durante el partido a los que
no conocía de nada hasta ese momento. La ilusión brotaba por los poros de la
piel a más no poder, mientras que la cabeza me decía: ¡Coño, te lo mereces!
Tantos años de fidelidad deben tener un premio así al menos una vez en la vida.
Llegamos al descuento
del partido cuando en una jugada embarullada, el Borussia hace el empate a 2-2.
El murmullo ronda nuestra zona. ¡Hay que
aguantar carajo! ¡Málaga, Málaga, Málaga!
El equipo debía tirar
de madurez, y actuar como aquí se dice, como perro viejo. Pero no fue así, y
cuando el partido ya expiraba, los jueces de línea hacen la vista gorda, obvian
a 4, no uno ni dos, a 4 alemanes en fuera de juego, y en una jugada aún más
embarullada que en la del segundo gol, el defensa Felipe Santana (a quien
tampoco olvidaré jamás) hace el tercero.
Cuando estaba hecho,
cuando lo tocábamos con las yemas de los dedos, las ilusiones de toda a una
afición y de toda una ciudad, se rompieron de la manera más cruel que se me
ocurre. En el momento, pasaron por mi cabeza decenas de momentos que viví en La
Rosaleda desde que era un “chavea” y mi tío me llevaba a ver los partidos de
aquel Malagueño de los Basti, Bravo y compañía en tercera división, hasta aquel
último partido de temporada anterior contra el Sporting que nos clasificaba
para la previa de Champions.
Y sin más, brotó de mis
ojos la primera y única lágrima que he derramado por el fútbol. Pero si lo
pienso bien, no es sólo fútbol, no es sólo un deporte; es toda una vida ligada
a unos colores, a un estadio; es una tradición, es un cúmulo de recuerdos
buenos y malos, pero que son los míos. Cuando comencé a ir a La Rosaleda con
apenas 3 años, jamás se me pasó por la cabeza ni tan si quiera jugar contra el
Barça ni el Madrid en primera, mucho menos oír el himno de la Champions en
directo.
|
Es el mas antiguo que he encontrado, pero ahí ya llevaba un par de años o tres yendo a La Rosaleda religiosamente |
Lo tuvimos a nuestro alcance, pero no podían permitir que un club
novato llegase tan lejos. Ole por nuestros héroes que pasearon nuestra camiseta
por toda Europa, y por esas huestes blanquiazules que tan dignamente animaron a
su equipo, esa y tantas noches de gloria, de esa efímera gloria que tan bien me
supo.
|
Nuestros héroes |
A día de hoy, pasados ya
dos años, aún no he sido capaz de ver el resumen del partido. Ojalá la historia
nos devuelva lo que un día nos arrebataron.
En primera, en
Champions, o en tercera, ¡Viva el Málaga!